528
Me senté en la cama,
miré por la ventana para ver si el último pensamiento de la noche
había tomado forma en el día,
sonreí cuando el sol se mostró más fuerte que mi deseo,
me paré,
sentí un contragolpe medio gol en la planta de mis pies,
las baldosas estaban frías,
nunca usé pantuflas,
abrí la puerta,
salí a la calle en mis calzoncillitos blancos,
hice pis en el zanjón de la esquina,
me salpiqué las piernas,
no importa,
agarré unas piedras de la calle
y las tiré, para hacer quilombo nomás,
contra los tubos de la metalúrgica de la vuelta.
Entré nuevamente,
tomé una chocolatada a velocidad canina,
me puse una remera,
un shorts de jeans,
en los pies, seguía mi carne remoloneando con la tierra.
Tomé la Olmo con bocina de tres sonidos
y me armé un circuito peligroso
que tenía al palo borracho de la esquina
como señal de la primera curva,
dos charcos olvidados de la última lluvia que le ponían un poco de reflejo al movimiento,
un pasillo angosto entre rosales excitados,
una recta en bajada,
otra curva más o menos,
y una llegada,
la puerta de casa.
Lo repetí varias veces,
hice una clasificación,
una serie
y una final…
gané,
por afano.
Contento almorcé dos patas de pollo,
no comí frutas,
y salí corriendo a sentarme al sol en la vereda,
conté con detalle y minuciosidad
la cantidad de líneas que tenía el cemento quebrantado
por las raíces de los árboles,
creo que dormí un poco, no me acuerdo,
no fueron más de diez minutos igual,
al rato cayó Marcelo con la pelota color fontanarrosa,
volví a entrar a la casa desesperado,
me puse la remera del globo,
salí y ya estaba Julián,
sin decirnos nada,
jugamos un veinticinco en el que estuve al arco
casi todo el tiempo,
realmente,
tuve una mala jornada.
Por suerte, Laura, no nos veía desde su ventana de plastilina amarrilla.
Tuve una jugada muy buena
que quedó en el olvidó por otra posterior,
que fue lamentable.
La leche de la tarde ya no la quería,
volví a la Olmo con bocina de tres sonidos,
me calcé al hombro la mochila de viajes cortos
y un palo de madera que tenía más o menos
tres semanas debajo de la cama.
Hice dos cuadras y llegué a destino,
los caños de la metalúrgica tenían su final en el riachuelo
y una cornisa poco peligrosa,
era el asiento para ver como el calor
huía ante tanta estrella
y me regalaba la altura perfecta
para tirar piedras fuertes que hagan plop al caer en semejante negrura líquida.
Volví a la casa al rato,
quedaban las pechugas pero siempre me parecieron muy secotas,
la mayonesa,
nunca fue mi condimento.
Me fui a la cama temprano
y volví a hacer fuerzas con los ojos bien cerrados
y la frente amontonada.
Hoy,
me levanté con veinte años menos.
Mañana,
tendré veinte años más,
y caminaré con mi cámara
buscando el primer cartel que
nos había dejado…
la primera noche de primavera.
miré por la ventana para ver si el último pensamiento de la noche
había tomado forma en el día,
sonreí cuando el sol se mostró más fuerte que mi deseo,
me paré,
sentí un contragolpe medio gol en la planta de mis pies,
las baldosas estaban frías,
nunca usé pantuflas,
abrí la puerta,
salí a la calle en mis calzoncillitos blancos,
hice pis en el zanjón de la esquina,
me salpiqué las piernas,
no importa,
agarré unas piedras de la calle
y las tiré, para hacer quilombo nomás,
contra los tubos de la metalúrgica de la vuelta.
Entré nuevamente,
tomé una chocolatada a velocidad canina,
me puse una remera,
un shorts de jeans,
en los pies, seguía mi carne remoloneando con la tierra.
Tomé la Olmo con bocina de tres sonidos
y me armé un circuito peligroso
que tenía al palo borracho de la esquina
como señal de la primera curva,
dos charcos olvidados de la última lluvia que le ponían un poco de reflejo al movimiento,
un pasillo angosto entre rosales excitados,
una recta en bajada,
otra curva más o menos,
y una llegada,
la puerta de casa.
Lo repetí varias veces,
hice una clasificación,
una serie
y una final…
gané,
por afano.
Contento almorcé dos patas de pollo,
no comí frutas,
y salí corriendo a sentarme al sol en la vereda,
conté con detalle y minuciosidad
la cantidad de líneas que tenía el cemento quebrantado
por las raíces de los árboles,
creo que dormí un poco, no me acuerdo,
no fueron más de diez minutos igual,
al rato cayó Marcelo con la pelota color fontanarrosa,
volví a entrar a la casa desesperado,
me puse la remera del globo,
salí y ya estaba Julián,
sin decirnos nada,
jugamos un veinticinco en el que estuve al arco
casi todo el tiempo,
realmente,
tuve una mala jornada.
Por suerte, Laura, no nos veía desde su ventana de plastilina amarrilla.
Tuve una jugada muy buena
que quedó en el olvidó por otra posterior,
que fue lamentable.
La leche de la tarde ya no la quería,
volví a la Olmo con bocina de tres sonidos,
me calcé al hombro la mochila de viajes cortos
y un palo de madera que tenía más o menos
tres semanas debajo de la cama.
Hice dos cuadras y llegué a destino,
los caños de la metalúrgica tenían su final en el riachuelo
y una cornisa poco peligrosa,
era el asiento para ver como el calor
huía ante tanta estrella
y me regalaba la altura perfecta
para tirar piedras fuertes que hagan plop al caer en semejante negrura líquida.
Volví a la casa al rato,
quedaban las pechugas pero siempre me parecieron muy secotas,
la mayonesa,
nunca fue mi condimento.
Me fui a la cama temprano
y volví a hacer fuerzas con los ojos bien cerrados
y la frente amontonada.
Hoy,
me levanté con veinte años menos.
Mañana,
tendré veinte años más,
y caminaré con mi cámara
buscando el primer cartel que
nos había dejado…
la primera noche de primavera.
fotografía: MFP