miércoles, febrero 21, 2007

Julieta

- Me alivia verte con ropa, la entrevista podría haber entrado en los circuitos del peligro. Estoy siendo muy obvio, como casi siempre, pero tenía la intriga sobre si te vestías antes, o no. Ese biombo cacheteó algunas de mis fantasías.
- (risas) Siempre pensé que el periodismo andaba en busca de la verdad.

- No creo que seamos tan pretensiosos. Pero, ¿Qué tiene que ver la verdad con ese vestido a flores que tenés puesto?
- Ahora estoy en pose, llena del mundo, pensando en cada palabra para que quede interesante algo de lo que te pueda decir. Desnuda hubieses tenido la posibilidad de descifrar mis gestos.

- ¿Un gesto no es también una pose?
- En el gesto está la espontaneidad, lo que sale de la crudeza de un estado de ánimo, de un deseo. La pose abarca la dichosa pregunta de cómo queremos que nos vea el mundo.

- ¿Puede sostenerse durante tanto tiempo la espontaneidad, como para que puedan registrarla en algo que pareciera remolonearse con lo cruelmente duradero?
- Es necesario que perciban el momento, el segundo ese en el que estoy desnuda sin mi cuerpo.

- Parece un trabajo bastante difícil de …
- (Interrumpe) Después recurren al recuerdo de ese segundo en el que estoy toda plena, porque los ayudo con mi pose. Mi gesto lo mantengo con la pose.

- Entonces, ¿una pose, sí es un gesto?
- Sin duda, pero de todos modos se va perdiendo la esencia del primer momento con el correr de los minutos. Acercarse al llano encierra un nivel de percepción difícil de sostener. Algunos están bien lejos de lograrlo, pero la posibilidad la tienen, se las doy.

- ¿Quiénes son lo que logran acercarse a ese pequeño fotograma?
- Los que al final del encuentro se llevan mi teléfono.

- ¿Fueron muchos?
- Hasta ahora, ninguno.

A Julieta la conocí desde los ojos de Marcelo. Coqueteaba retratada completamente desnuda detrás de una pecera con agua y sin peces. Mostraba su perfil derecho y un lunar en su cuello y un mechón enrulado que se le metía entre sus tetas y que lograba besarle parte de su ombligo y más allá. El hombro izquierdo un poco más levantado que el derecho a tal punto que sus labios tímidamente se excitaban, podía lamerse si gustaba. Sus brazos se escondían detrás de su espalda insinuando una ingenuidad que de por cierto no tiene. Sus ojos, achinados y en ensueño. Sus piernas, no se veían.